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Carta a mi monstruo

Siempre creí que yo era el monstruo, que por eso me pasaban esas cosas tan crueles y terribles. Que yo era mala y lo merecía, como ese cruel castigo aplicado en la desolación de un niño...
Así crecí en abandono y desamparo, creyéndome culpable, afirmando ser un monstruo.

Pensé que ellos sólo vivían en los cuentos, pero pasaron a ser reales. No me veía como esas brujas que salía rotuladas en las historias, ni menos como esas arpías malvadas que siempre acababan mal por sus actos. Continuamente me preguntaba qué había hecho o dicho que fuera tan grave...

Cuando pasó el tiempo y dejé de preguntarme tantas cuestiones que no tenían respuestas, comprendí que la culpa no era mía, que yo no era mala cuanto menos un monstruo.

Fue cuando vi que el único monstruo eras tú, asqueé tus fechorías y emprendí tu caza. Los papeles se viran, de cazada a cazadora. No para ponerte en mi lugar porque sería verdugo y me pondría a tu altura rastrera sino para aplicar la justicia de la que aún se carece en la vida y no hay paciencia para esperar la divina.

Es una lucha constante pero que no cansa sino satisface, sobre todo cada vez que cae uno por insignificante que parezca es un gran avance. Resalto las secuelas que has dejado, como tatuajes en la piel, hablo de problemas alimenticios, problemas de sueño, depresión, etc. Una larga lista que cada una de tus víctimas arrastra con mucho peso sobre sus hombros cada día.

Grito las lágrimas de sangre que derraman ante la impotencia de los sordos y mudos que no hacen nada a no ser que les toques de cerca. Cubro con prevención e información la fría sombra que dejas en la robada inocencia.

Pongo voz al silencio, palabras en las miradas de tus víctimas, despliego alas para envolverlas y trato de que pesen menos sus mochilas.

Seguiré luchando contra tí, PEDERASTIA. Seguiré haciéndote frente y seré más fuerte cada vez.
Porque cada niño tiene derecho a una infancia y no eres quién para robársela.
Yo cuando duermo, duermo tranquila. Tú no podrás y un día dejarás de respirar.


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