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Rompiendo silencios

Habitaba en un hogar frío de una familia rota en el que los llantos, la furia y las lágrimas eran el pan de cada día. Hogar que continuaba ardiendo en la ira de lo que en tiempos pasados fueron mis padres, eran la penumbrosa y lejana imagen del odio y el desprecio.
Los gritos que con énfasis lanzaban mis progenitores y que eran los ladrillos que constituían la totalidad de las disputas era el despertador prematuro que me hacían despertar cada mañana rezando por que el día no empezase, así como la canción de cuna que mecía cada noche mis dulces sueños. Los pilares que formaron mi educación.

A lo largo de aquellas interminables peleas, me veía obligada a asimilar y acostumbrar a mis oídos porque no pretendían terminar. Los gritos eran bruscamente sustituidos por los lloros y los golpes de las manos de hierro implacables que por  alguna razón que no llegaba a comprender,  venían de quienes se suponía me tenían que proteger.

Hoy es un mal recuerdo en la ya perturbada memoria de mi alma.
Una sombra más en la mente joven e inocente que no llegaba a comprender los sucesos que la rodearon en su niñez.

Mientras las hojas del calendario eran arrancadas a lo largo de los años, aquella rutina de violencia y drama me envolvían pasaban y pasaban mientras, así vivía así crecía.
Aunque el tiempo lo intentaba, las heridas en el corazón no sanaban , los pensamientos  seguían rodando mi cabeza y pobre de ella, estaba  obligada a madurar a edades tempranas y aceptar realidades con las que mi cuerpo no podía cargar, que se presentaban frecuentemente como puñaladas en mi pecho y acababan saliendo al exterior transformadas en lágrimas que se derramaban sobre mis vestidos, intentado quedarme con algo bueno, un buen momento dentro de la batalla que me recordase que no todo fue malo.

Aquellos momentos que conseguía retener con dificultad en mi memoria debido a su antigüedad, difícil evocar,  en los que nunca nada me impedía sonreír, en los que podía mirar a mis padres a los ojos sin romper a llorar, en los que tenia bajo mis fuerzas,  pilares que me sostenían, en los que mi vida, era vida. En los pocos que no sentía ese miedo.

Una vez más, llegaba para presenciar la típica pelea de bienvenida que la acompañaba esa paliza,  cada vez que volvía del colegio, lugar que aunque antes detestaba, se había convertido en el único lugar en el que querría estar.
En los días más duros,  no me sacaba esa mirada cuando me golpeaban, ojos coléricos ; y, sin necesitar nada más que esa mirada, transmitía más emociones de las que jamás se podrían admitir con las banales palabras. A través de sus ojos se podía ver hasta la última mota de rencor, desprecio y decepción; una mirada gélida e impasible que daba la sensación de pararse el corazón.
Las lágrimas invadían mis ojos y atravesaban mis mejillas enrojecidas.

Salía corriendo, secándome el rostro y oyendo de fondo una sucesión continúa de insultos y súplicas.
Me encerraba en mi habitación, acompañada de un viejo peluche tuerto que era el único que me escuchaba y comprendía, aislándome del  mundo que tan malas nuevas estaba acostumbrado a traer.

Esa tarde no me dio tiempo a correr a mi habitación.
Mi padre dio un portazo fuerte y sonoro para silenciar el ambiente en la medida de lo posible. La disputa iba cogiendo fuerza como una bola de nieve de dibujos animados lo hace a lo largo de una colina nevada y acumulaba fuerza hasta que impactase contra su objetivo, que ya fuera del símil solía ser yo.

Todo los intentos por librarme que buscaba, sin resultados daba, una pizca de piedad en el fondo de un corazón irracional, ofuscado por la furia y el enfado; en el fondo de un corazón mustio, muerto, marchito; incapaz de interpretar sentimientos, cuando se cansó paró, y que no se te olvide la
lección, decía.
La discusión pasó a ser una paliza, que de pronto pasó a silenciarse. El silencio gobernaba en el ambiente, era como si el mundo se parase, como si los segundos no pasasen y mi corazón no latiese. La preocupación y el pánico que ese silencio le ocasionaba era mayor que lo que cualquier trifulca le pudiese proporcionar, pues era un silencio siniestro, un silencio pesimista que solo se presenta en la peor de las situaciones. Fui a mi cuarto me miré, me dije sigo viva, ahora tengo que salir así a la calle que vergüenza si se me nota...pensé ésta vez lo puedo contar ha sido más fuerte que nunca...y si se lo cuento a alguien...pero nada solo a una amiga le conté que en el fondo pensaba igual que yo...en esa época ni caso te iban a hacer y encima te darían otra peor...

Todo empeoró cuando al cuidado de otros familiares me dejaron, ahí  enterré mi infancia con gran dolor.

Mis ojos inocentes e infantiles no estaban preparados para someterse a una situación tal. Tenía abundantes heridas, y en mi rostro, la imagen de mi mayor grito.

Las lágrimas de sangre brotaban de mis ojos y viajaban a lo largo de de mi cara dejando un claro rastro de su recorrido.  Abusaron sexualmente de mí. No había mayor daño que ese, no conocí mayor dolor, caricias eran las viejas palizas al lado del horror que mi pequeño cuerpo experimentó.
Quien se suponía debían protegerme fueron mis verdugos y el silencio reinó en mí.
A nadie podía contar ni gritar lo que sucedía.

Muchas veces deseé morir en esos momentos y que todo acabase que no hubiera ninguna más, pero lo que más deseaba era que me rescatasen y llevasen a otro lugar donde comenzar de nuevo el juego de la vida pero que pudiera ganar...
Pues así me sentía un juego duro en el que siempre salía perdiendo.

Ahora lo miro de otra perspectiva, la del paso del tiempo y la madurez y pienso igual, la vida es un juego, no sabes lo que te toca, no sabes lo que viene pero hasta ahora no me ha echo sino crecer...

Sigo soñando con ganarle algún día al menos una partida. Mientras no me rindo. Hoy los tiempos han cambiado y en muchos lugares las leyes han mejorado.
No tiene que ser un día especifico para hablar, cualquier día es importante para sacarlo fuera
Yo hoy  he querido compartirles parte de mi experiencia solo para dejar un mensaje.
Las secuelas pueden durarnos toda la vida pero se puede seguir adelante porque hay esperanza y nos merecemos esa vida robada.
Pido que rompan el silencio aunque sea de forma anónima porque aún hay muchas personas pasando por éstas drásticas situaciones.
Quiero enviar un mensaje de aliento, que la lucha merece.
Gracias.

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