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Soñé

Soñé con aquel estanque junto a la vieja casa, brillaba con orgullo señorial los días soleados y el bosque frondoso parecía arder en llamas desde la ventana de mi cuarto.
Por eso, ese día, fue como si todo ardiera en un fuego que jamás se apagaría.
Los recuerdos de esa tarde se agolpan en mi mente como luchando por salir, pero yo los sigo manteniendo dentro como pájaro cautivo que ha perdido sus plumas en un intento desesperado por salir volando.
Recuerdo que todo empezó como un sueño. Recuerdo la luz dorada que se inmiscuía entre las hojas de los árboles, que se movían desesperadas por el vaivén de un aire gélido de finales de otoño, para oír mis murmullos.
Realmente me pasaba el día sentada junto al estanque. Yo ya llevaba mi sombrero y mi abrigo de invierno y jugueteaba con los cordones de las botas mientras la vida pasaba.
Hasta el día en que todo acabó.
Ese día llovía y las hojas, rojizas, eran como el fuego que resiste.
Ese día murió mi infancia.
Ya no hubo más risas, ni más sueños y todo lo que recuerdo es que el bello jardín con su arboleda se convirtió en una masa uniforme de malas hierbas y ramas caídas.
Recuerdo lo que no recuerdo y quiero recordar. Recuerdo que hay estanques en mi mente que nunca se podrán llenar. Recuerdo eternos silencios y que mi alma se incendiaba en un fuego abrasador.
Murió cualquier recuerdo, sueño o esperanza que mi alma pudiera albergar.
Enterré mi infancia.
Se marchó mi niña de cabellos de miel, se marchó.
El tiempo, la edad y los largos años
la hicieron desaparecer.
Se marchó mi pequeña hada,
se marchó.
Y ya no puedo encontrar su aura dorada.
Se marchó mi pequeño tesoro
de pies ligeros, risa fresca,
y cabellos de oro.
Se marchó mi niña
que reía y que jugaba
que bailaba y que saltaba
se murió porque yo
no vi que se me escapara.
Quizás fue que creció
de golpe y me asustó.
Muéstrate al menos, una sola vez,
como aquella pequeña niña que  en su dia fue, déjame abrazarte y decirte cuánto te quiero, cuánto te querré sé que perdiste la luz del más brillante lucero.
Quiero recobrar lo robado.
Ábreme los brazos, mi pequeña,
¡deja que te muestre mi amor!
Es hora de darte un perdón.

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