Me siento vacía.
Incluso las palabras huyen de mí a través de las yemas de mis dedos y van a
parar a ningún sitio, ordenadas de cualquier manera.
Soy una escritora
borracha de sentimientos, que ha sufrido un sobre exceso de emociones y que ha
perdido el modo de expresarlas.
Quiero que
salgan, que paren o que se vayan. En momentos como éstos desearía yacer, en
silencio, en la oscuridad y no decir nada.
Pero mi alma me
lo pide, escribir, para deshacer este nudo que me ata la tráquea y no me deja
respirar. Igual que las lágrimas me piden a gritos saltar de mis pupilas.
Las he observado
precipitarse lentamente sobre mi brazo, sobre
el sillón, sobre mi mano enredada a la
otra. Como una cuerda que me gustaría creer que me mantiene cerca de la
realidad.
Y no puedo evitar
mirarlo todo desde lejos, y pensar en cómo plasmarlo en palabras, soy incapaz
de no mirar con la frialdad de un creador, ni la escena más dolorosa.
Me desplazo hasta
el baño y observo la deformidad de mis párpados, rojos y mi mirada
congestionada. El fluorescente parpadea. Apago la luz y vuelvo a mi cama con
mis manos de nuevo atadas.
Hoy me siento
como un barco, que triste y cansado navega, como pasea en la jaula el leopardo,
al que de tanto mirar la perilla, le quedaron los ojos bizcos.
Me siento helada
como cuando apresan mi alma cual jaula al ruiseñor. Todo viene a mi mente, en
este preciso instante en el que estoy tratando de olvidar mi pasado.
La oscuridad me
engulle en mi amarga soledad. Como si
estuviese jugando a la ruleta rusa sin saber cuándo me toca.
Muchas veces me
he repetido que el morir no significa nada, ya que solo somos un punto más en
el mundo. Siempre vi el vivir como la verdadera
tortura, eso no podré comprobarlo aún pero es lo que siento.
Preguntas recorren
mi sangre, intentando saciarse de respuestas que jamás encontrarán. Todo está
en código indescifrable, sigo armando un
puzle que parece no tener final.
Y lo peor, me
siento sola en el camino porque no tengo quién cargue un ratito mi mochila para
aliviar mis viejos huesos, o tal vez
solo me alivie una buena descarga en unos hombros sinceros.
Pero ni si quiera
eso hay, nadie parece estar preparado y sin embargo se exige que yo si debo
estarlo. Se exige que debo romper mi mochila para tener mi alivio para empezar
mi sanación y me pregunto si no tengo con quién qué será de mí…
Así que me mudé a vivir a la montaña rusa. Donde con tanto
ruido no escuchan mi dolor. Donde mis emociones suben y bajan pasando
desapercibidas, donde siempre estoy rodeada de gente y al mismo tiempo en mi
soledad.
Seguiré soñando con un mundo donde existan buenos
profesionales o al menos preparados para ayudarte, donde sobren porque nadie tenga que usarlos, porque
significaría que no existe este dolor.
Un mundo utópico donde prefiero permanecer que estamparme en
la cruda realidad. No le deseo a nadie que esté en mi lugar, ni a mi peor
enemigo le deseos este dolor lleno de impotencia.
" Melancolía y utopía son cabeza y cola de la misma moneda. Frases de Günter Grass "
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