Me siento mal y cansada. Sentimientos
abordan mis adentros mezclándose. No sé cómo hacer...
La rabia por los hechos por no poder
hacer nada por haberlo evitado. Por tener que aceptar algo así y
vivir con ello. Por el robo de una infancia. Por privarme de esa
forma de muchas cosas que me pertenecían que eran mías y de nadie
más.
Rabia interna por cosas que no alcanzo a comprender que me
enfurecen tal vez porque el propio dolor ciega.
Porque al destapar un poco los
nubarrones intento reflexionar con más claridad. Pero solo ha
surgido otra impotencia rabiosa más que sacar.
No sé que duele más si el daño en sí
o que haya sido él. Alguien a quien quería, en quien confiaba.
Alguien que se suponía debía velar por mí, cuidarme y protegerme.
Enseñarme la vida con hermosos cuentos y no ser el monstruo de los
mismos. Alguien que respetaba pero que trasformó ese respeto en
miedo y pavor. Que me mostró la vida que nadie debería conocer.
La vergüenza del relato, de las
imágenes que visualizo y saco de mis adentros para que no me
devoren. Que me hacen diminuta, frágil y me dejan al desnudo ante el
miedo.
Dolor, inevitable sentirlo. Pena
procesada, acumulada y persistente que no remite tan fácil en las
heridas que aunque cierren siempre están las cicatrices.
Tristeza, unas veces visible en paños
de lágrimas que no cesan desconsoladamente otras disfrazada en
sonrisa defensiva donde se manifiesta la propia supervivencia.
Culpa, impuesta o adquirida pero que
está latente para rasgarte las entrañas y decirte lo que podías a
ver hecho aún a sabiendas que era imposible. Culpa fragmentada en
ocasiones por sentimientos contradictorios que descubres o reconoces
en tu razonamiento al hacer frente.
Asco, descomunal. Es abominable el que
se siente. Vomitivo e inexpresable. Hasta asco me doy.
Miedo, que pasará ahora. Qué sentiré,
cómo me afectará todo o cómo lo llevaré. Miedo a que salga algo
nuevo siempre se tiene. Miedo siempre presente en cada recuerdo y
relato como en ese instante pasado aunque sea consciente que es
pasado.
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